Belleza es poder Helena Rubinstein Desde nuestra más tierna infancia, sabemos que las niñas bonitas y graciosas ocupan el centro de atención y se llevan todas las miradas. La vivencias de la adolescencia refuerzan esa sensación: las chicas lindas parecen ser las únicas estrellas en el jodido universo y todo parece girar a su alrededor. Los chicos no sólo las miran con deseante atención: también las observan cuando conversan entre ellas y lo que escuchan confirma sus presunciones: a ellas les importa mucho verse lindas, ellas admiran, imitan o envidian a las más lindas. No hace falta explicar que apenas tengan la oportunidad, ellos siempre van a ir primero tras las odiosas lindas, que van a recibir de parte de ellos toda clase de halagos y atenciones sin hacer otro mérito que exhibirse. Pareciera que la belleza femenina es el bien más deseado, el poder que condiciona todo lo demás salvo al factor dinero que tampoco es una variable a tener en cuenta porque a esa edad tener dinero
En el siglo XIX, Inglaterra era una potencia imperial que creía haber heredado el grandioso destino de la antigua Roma; dominar y civilizar el mundo. Su sociedad evolucionaba rápidamente hacia la modernidad pero al mismo tiempo conservaba un rígido sistema de clases basado en títulos hereditarios de ancestral nobleza. La educación que recibían los jóvenes hijos de la clase dominante abarcaba los conocimientos técnicos más avanzados de la época en el marco de un riguroso sistema disciplinario imprescindible para que aquellos muchachos destinados a gobernar un imperio aprendieran en primer lugar a dominarse a sí mismos soportando toda clase de castigos y restricciones. Cuando un master tenía problemas de disciplina en el aula, solía recurrir a alumnos de grados superiores, elevados al cargo de celadores, para aplicar castigos corporales a los rebeldes. Una vasta bibliografía, que fue posteriormente usada como evidencia para abolir ese sistema punitivo, relata muchos episodios