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Belleza es poder

 



Belleza es poder

Helena Rubinstein


   Desde nuestra más tierna infancia, sabemos que las niñas bonitas y graciosas ocupan el centro de atención y se llevan todas las miradas. La vivencias de la adolescencia refuerzan esa sensación: las chicas lindas parecen ser las únicas estrellas en el jodido universo y todo parece girar a su alrededor. Los chicos no sólo las miran con deseante atención: también las observan cuando conversan entre ellas y lo que escuchan confirma sus presunciones: a ellas les importa mucho verse lindas, ellas admiran, imitan o envidian a las más lindas. No hace falta explicar que apenas tengan la oportunidad, ellos siempre van a ir primero tras las odiosas lindas, que van a recibir de parte de ellos toda clase de halagos y atenciones sin hacer otro mérito que exhibirse.

   Pareciera que la belleza femenina es el bien más deseado, el poder que condiciona todo lo demás salvo al factor dinero que tampoco es una variable a tener en cuenta porque a esa edad tener dinero propio es una utopía: no es de ellos ni de ellas sino de sus padres. Si la belleza femenina viene además sobrecargada con los inmensos recursos que el mercado de la femineidad ofrece (maquillajes, peinados, zapatos altos, ropa provocativa), las mujeres aprendemos desde muy jóvenes que ahí late un manantial inagotable de poder que le permite a su poseedora hacer lo que quiere con quien quiere.

   El poder de la femineidad se expresa y fluye cada vez que una mujer atractiva se viste, se maquilla, se mueve, conversa, camina, se sienta. Es una forma de arte en movimiento. El arte de ser femenina es un comportamiento que puede aprenderse y que siempre será factible de ser mejorado. Ser bella y femenina es una carrera. Mientras que en la vereda de enfrente, los muchachos son masculinos con la misma facilidad y espontaneidad con que les cuelgan las pelotas, las chicas pueden entrenarse desde jóvenes para llegar a ser mujeres adultas capaces de ejercer sobre su entorno el poder de la femineidad. Aquella famosa frase de Simone de Beauvoir, que no se nace mujer sino que se aprende a serlo, que hizo correr tanta tinta en el feminismo, tiene más vigencia que nunca. Lo que las feministas no entendieron y evidentemente siguen sin querer entender es que lo que perciben como una situación de opresión no es otra cosa que una búsqueda de poder.

   Toda la artificialidad comercial orientada a la estética femenina, ese inmenso negocio que mueve millones, fue creado y es sostenido por el deseo de las mujeres de verse bellas pero la devoción hacia ese artificio alcanza niveles estratosféricos entre las sissies, crossdressers y travestis. Aun en las minas como yo, acostumbradas desde chicas a andar montadas y criadas en discotecas donde la seducción era la norma, nuestro deseo por vernos atractivas es apenas una sombra frente a la obsesión con que las travestis se maquillan y el nivel de detalle que invierten en seleccionar el look. No conozco ninguna clase de mujeres genéticas a excepción de las artistas de la seducción como las prostitutas de alto nivel, las dominatrices fetichistas profesionales o las strippers, que inviertan tanto tiempo y esfuerzo en lograr el aspecto deseado y sean además tan felices cuando lo consiguen.

   Yo sospecho que entre las nenus, como les decimos en Buenos Aires, ese deseo tan fuerte no es sólo un fetiche o un juego. Ellas disfrutan de la sensación de sentirse lindas porque desde que eran chicos y miraban de reojo a las chicas, aprendieron que en las mujeres la belleza está asociada con el poder de atraer, un poder del que carecen la mayoría de los varones. Las que se atreven a hacerlo por dinero, saben que les lloverán clientes; las que sólo lo hacen para divertirse en los boliches, saben que tendrán más chances de disfrutar del mundo mágico de la seducción con los hombres. Las que lo hacen en soledad y frente al espejo, saben que se sentirán plenamente realizadas al verse cercanas a sus admirados modelos femeninos.

   Mi interpretación de que detrás del placer del travestismo hay una búsqueda del goce del poder a través de la construcción de atractivo femenino en donde por biología no lo hay,  puede ser simplemente una mera especulación por parte de alguien como yo, que vengo del BDSM y tiendo a ver relaciones de poder en todas las interacciones entre seres humanos. Pero que tire la primera piedra quien me discuta que la belleza es poder. Helena Rubinstein siempre tuvo razón.

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